por Nelo Curti y Quirón Herrador
Ilustración: Leonardo Sarralde (SAR)
La literatura es un error, una mierda.
Raúl Zurita: Leí vuestra revista. Las cosas de Reinaldo Arenas, las
de ustedes. Pero escribieron un artículo sobre el soneto; entonces es como si
las formas fueran importantes... digamos: soneto o no soneto importa un pepino,
verso libre o no. Lo que tiene que expresarse será expresado y encontrará su
forma. A nadie se le puede prohibir escribir un soneto y a nadie se le puede
obligar a escribirlo. Lo que tiene que ser dicho será dicho.
Cuadernos del Tábano: ¿No es parte de la evolución de la literatura
modificar esas maneras de expresarse?
R.Z.: Mira, ahí decías tú o uno de ustedes que el soneto no era
actual. Yo más o menos pienso lo mismo. Pero no es importante. Es lo mismo que
verso libre: ¿libre respecto a qué? O sea, ¿qué es más poema, la carta de
Reinaldo Arenas que publican ustedes ahí o su poema del infierno? Es más poema
la carta, trágicamente; es mucho más potente. Entonces, incluso
desesperadamente, la poesía va a encontrar su forma, y a lo mejor ese tipo se
suicida única y exclusivamente porque esa carta exige su suicidio para ser
escrita. Yo siempre he tenido la sensación de que a los sonetos de Shakespeare
no le importaban las esperanzas, las miserias, los sueños, los anhelos, los
deseos del tal Shakespeare. A los sonetos de Sakespeare lo único que les
importaba era ser los sonetos de Shakespeare. Entonces, fíjate, y esto es una
teoría alucinante y terrible, esa carta de Reinaldo Arenas, por ejemplo, es
como el corolario de algo, es una consecuencia final: no es un tipo que porque
se ha matado ha hecho una carta, sino que tiene que matarse para que esa carta
tenga sentido.
C.T.: Teorizar sobre la literatura es una pérdida de tiempo.
R.Z.: También es un asunto de fuerza; si finalmente llevamos esa
teorización a la demencia, pero hasta el fondo, hasta enloquecerla. Vos lees a
Neruda, a Whitman, a Rimbaud, y se nota que son obras que encuentran su forma porque
son arrasadoras, y pueden a veces exigir el sacrificio a sus escritores. Creo
que era tan fuerte lo que estaba Whitman allí diciendo, que tenía conciencia y
a la vez no. Era tan impresionante. Se hacía unas críticas firmadas con otro
nombre donde decía que América había nacido con Whitman y cosas parecidas...
pero resulta que tenía razón. O sea: todo lo que se ha dicho sobre Whitman, es
lo que dijo Whitman. Fíjate que se hizo una antología de poesía americana, y
están todos, menos Whitman; ahora, ninguno de los otros existe, el único que
existe es él.
C.T.: ¿Esa suerte de mentira hasta dónde debe llevarse?
R.Z.: Allí está ese poema de Pessoa que dice “el poeta es un
fingidor, debe fingir el dolor que de verdad siente”.
C.T.: Con respecto al panorama cultural de esta ciudad, ¿no resulta
preocupante la poca gente que acude a conferencias o lecturas de poemas como la
que diste anoche en la universidad?
R.Z.: Las dos veces que he venido por acá, lo hice más que nada por
ver a los amigos. Yo no sé cómo es Alicante. Por ejemplo, hoy por la noche
espero que seamos cuatro, cinco... no es que lo espere, es que va a ser así, y
yo estaré bien. Por supuesto, no es así en todas partes; en Chile, en México,
en Perú, son cosas muy fuertes, muy vivas. Ahora, si tú te refieres a una
respuesta masiva: no pierdas las esperanzas. Pero eso no significa nada para el
poeta.
C.T.: Siempre está la discusión sobre por qué y para qué se
escribe. ¿Puede ser que se escriba para y por la literatura, y que allí esté el
hombre y todo lo que le concierne?
R.Z.: Sí, puede ser... y puede ser exactamente lo contrario.
C.T.: ¿Qué te parecen los “actos poéticos”, como los que propuso en
su momento Jodorovsky, que atravesó con un amigo Santiago de Chile en línea
recta, y cosas similares?
R.Z.: Es válido, pero también en situaciones desesperadas se
hicieron acciones de arte increíbles. Me cuesta hacer diferencias entre el arte
y lo demás. Es tal vez un ejercicio de desborde, de apuesta... pero de apuesta
que nunca se va a ganar; a lo más lograrás juntar tres o cuatro palabras que no
estaban juntadas, y eso será increíble, alucinante, parece que el cielo se
abre.
C.T.: ¿Se debe plantear como objetivo golpear la realidad del
lector?
R.Z.: Sí, pero se yerra tanto, y el autor sabe tan poco. Hay una
cierta dimensión en la que de pronto se puede tener casi la certeza de que
aunque prácticamente nadie te esté escuchando, es imposible que no seas
escuchado. Baudelaire hablaba de “Las flores del mal” con sus amigos y les
decía “esta obra que ya es mundialmente famosa entre cuatro personas”. Es así,
no hay vuelta... no sé qué pasará, pero aquí estoy. Entonces remecer al
público... bueno, claro, a mí me remecen poemas de tres líneas, me dejan
exhausto de amor. Pero en un sentido muy básico lo que remece al público no es
la poesía. Finalmente la poesía es siempre, pero no el poema. El yo-tú es lo
que me parece bien, el yo-tú y no otro, pero finalmente la poesía, la poesía
está al final de la cosa.
C.T.: ¿Es posible que el hecho de decir “vamos a romper con todo”
sea una manera de frenar esa ruptura, una forma de anticipar el disparo?
R.Z.: Es la poesía de los manifiestos, de los movimientos
vanguardistas. Pero la gran poesía ha superado todo manifiesto. Muchos
empezaron a ser poetas notables cuando dejaron el surrealismo; los mejores
poemas de Huidobro son los que superan su teoría del creacionismo. Está bien
que los hagan, pero es inútil, a no ser que ese manifiesto sea una obra de arte
en sí.
C.T.: La manera de escribir, la personalidad del autor sería el
manifiesto.
R.Z.: En el artista, en el poeta, no hay ningún “deber ser”, pero
no debe ser una buena persona, hay una reserva de criminalidad que debe estar
siempre viva, una zona oscura. Poeta y académico son términos bastante
irreconciliables, porque uno implica subversión total y el otro una
domesticación total... aunque hay quien puede hacer las dos cosas a la vez;
pero uno trabaja en zonas oscuras, que ignora, y sin esa reserva de
criminalidad, sin un deseo de que todo estalle, creo que es difícil lograr algo
elocuente. Yo quisiera abrazar todo esto y al mismo tiempo me gustaría que
desaparezca, que no quedara nada.
C.T.: Ayer, escuchándote recitar, tenía la impresión de que te
alejabas, te ibas a tu mundo y desde allí volvías más cercano.
R.Z.: Yo siento eso cuando recito y cuando leo a otros poetas; y
siento que cuando uno conversa es fantástico, pero es otra cosa. Ese es mi gran
problema con los poetas españoles actuales, los encuentro, en general, muy
afectados por la forma, muy con el siglo de oro encima, entonces son tan
caballeritos, tan ordenados. Pero es una diferencia casi antológica entre la
poesía latinoamericana y la española. Allá es más explosiva, menos cuidadosa de
la forma. Creo que es imposible escribir sin una profunda ira, es difícil
escribir desde el acomodo. Eso no significa que los poetas tienen que ser
Rimbaud o suicidarse, para nada. Se puede estar sentado en un banco y desear
que ese banco explote, se puede estar en una universidad y desear que esa
universidad explote. Pero si estás muy bien ahí es difícil. Siento que este
país está muy cómodo y le gusta.
C.T.: ¿Las circunstancias históricas condicionan las maneras y lo
que se expresa?
R.Z.: Hay momentos en que pasa algo: por qué una poesía tan
poderosa como la francesa de la primera mitad del siglo veinte de pronto
desaparece. Hay algo con el sentirse bien. Lo que pasa es que hoy las cosas
están pésimas, horrorosas. Hay un escritor colombiano, Fernando Vallejo, que
quiere que pongan la bomba atómica, que vuelen a los árabes... es
impresionante, y su obra es fuertísima, pero por lo menos es un extremismo,
estalla a su manera. Estamos en una época en que no somos testigos directos,
tal vez la peor época de la historia humana.
C.T.: ¿Puede ser que lo que llaman la “era de la comunicación” sea
justo lo contrario?
R.Z.: Son las cosas de siempre: bombardeos, arrasamientos,
hambrunas... probablemente en un lugar que no te toca, pero que allí está,
permanente. Creo que nunca se ha sido espectador, o partícipe, de una situación
tan calamitosa, nunca la vida humana ha sido tan pobre.
C.T.: Muchas gracias.
R.Z.: Seguimos a la noche.
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